Mario Moine, aquel exgobernador, solía invocar una palabra con ecos sicilianos: omertá. La usaba para describir el clima de encubrimiento y pacto tácito que impera en ciertos sectores del peronismo entrerriano.
No estaba equivocado. La omertá, en la jerga de la mafia, es mucho más que silencio: es el código que obliga a callar, a no delatar, a mirar para otro lado aunque se esté rodeado de delitos, corrupción o atropellos.
Es el pacto no escrito que protege a los poderosos y castiga a quien ose romperlo.Hoy, ese silencio mafioso sigue vivo. Se respira en cada pasillo del poder provincial. En cada estructura que finge institucionalidad, pero funciona con la lógica del temor y la lealtad ciega.
¿Quiénes integran esta omertá criolla?
Rosario Romero, intendenta de Paraná, exministra, exfuncionaria, ex legisladora, y parte de todos los gobiernos durante el reinado de los contratos truchos, iosper, armando un entramado judicial de blindaje y persecucion de perejiles.
Estuvo ahí cuando José Eduardo Lauritto armaba sus redes, cuando el Estado se transformaba en una agencia de colocaciones para amigos, amantes y punteros en aquel senado de 2007. Jamás una denuncia, jamás una autocrítica.
Adrián Fuertes, intendente y senador, también forma parte de este coro del silencio. Siempre presente, nunca comprometido con la verdad. La omertá no necesita palabras, necesita omisiones. Y Fuertes entendió el libreto como pocos.
En este peronismo, no se tolera la disidencia, mucho menos la autocrítica. El que señala el desvío, es “de Carrió”.
Así los califica Michel, el funcionario con aspiraciones blindadas, que prefiere tildar de traidores a quienes reclaman que la justicia funcione, no como aparato de persecución política —como tantas veces lo fue contra peronistas incómodos—, sino como instrumento para perseguir a los verdaderos ladrones del Estado.
Sin importar de qué partido vengan.Porque el silencio ya no alcanza. Porque el que calla, también roba. Y porque la omertá no es peronismo: es mafia disfrazada de lealtad.
La Caldera
