La Caldera

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LA MUERTE DE UN CABALLO QUE DESENMASCARÓ LA FIESTA DEL SÁBALO EN VICTORIA

La Fiesta del Sábalo en Victoria terminó teniendo menos de pesca y río, y mucho más de crueldad y caja. El dato que nadie puede barrer debajo de la alfombra es brutal: un caballo murió en plena “destreza gaucha” en el predio de Playa Alta, en medio de un show que ni siquiera formaba parte del espíritu original de la fiesta.

Lo grave no es solo la muerte del animal. Lo grave es la hipocresía institucional. Hace pocos meses, el propio municipio celebró con bombos y platillos un fallo donde se reconocía a un animal como sujeto de derecho, avanzando –al menos en los papeles– hacia una mirada moderna sobre el bienestar animal. Ahora ese mismo Estado municipal habilita (o mira para otro lado) mientras se hace un espectáculo de destreza cruenta, sin autorización clara, y termina con un caballo muerto en el medio del show.

Encima, lo llaman Fiesta del Sábalo en un contexto donde está vedada la exportación, donde cada pescador sabe que casi no queda sábalo en el río y donde lo único que remite al pescado es el nombre del afiche. Lo más parecido al sábalo que hubo todo el fin de semana fue el olor a podrido que venía de los camalotes amontonados y descompuestos, en un río sucio que el municipio ni siquiera se toma el trabajo de limpiar. Una fiesta del sábalo sin sábalo, con el río hecho un basural acuático y un caballo muerto en la arena: esa es la postal real.

Si el animal es “sujeto de derecho”, como proclamó el fallo municipal, entonces corresponde preguntarse: ¿quién responde por la violencia a la que fue sometido ese caballo? ¿Quién responde por su muerte en un evento público organizado o apañado por el propio Estado local? En términos estrictos, si se tomaran en serio su propio fallo, el Juzgado de Faltas debería tramitar una causa donde el sujeto de derecho lesionado es el caballo… y la infractora es la propia administración de Isa Castagnino. Es decir: el municipio debería fallar contra sí mismo.

Detrás de la postal del caballo desplomado en la arena aparece el verdadero corazón de esta “fiesta”: un predio municipal puesto al servicio de dos o tres privados que hacen su negocio con cantinas, barras, boliches y explotaciones varias. No está nada claro bajo qué condiciones se entrega Playa Alta, quién cobra, quién controla, ni cuánto vuelve efectivamente al municipio. Lo que sí está clarísimo es quién pone la estructura: maquinaria municipal, empleados municipales, logística y respaldo político para garantizarles a unos pocos un fin de semana redondo en recaudación.

Todo esto en el marco de una provincia y un municipio que se llenan la boca hablando de “emergencia”, de que no hay plata, de que hay que ajustar, de que no se puede cortar el pacto, de que no hay presupuesto para servicios básicos. Para arreglar calles, para mejorar el agua, para atender la salud, siempre falta. Pero para montar un parque de diversiones privado en un predio público, ahí sí aparecen camionetas, camiones, luces, escenarios y horas extras.

La Fiesta del Sábalo se vendió como una vidriera turística, como oportunidad para el desarrollo local. Terminó siendo una síntesis perfecta de todo lo contrario: improvisación, falta de controles, maltrato animal, río abandonado y un esquema económico donde el Estado pone el hombro y los privados la caja. El caballo muerto en el campo de “destreza” no es un accidente aislado: es el símbolo más crudo de un modelo que considera a los animales descartables, al río como un decorado sucio y al espacio público como un kiosco para amigos.

La intendenta Isa Castagnino tiene dos opciones: o se hace cargo de que bajo su gestión el municipio dijo una cosa en los fallos y hace otra en los hechos, y actúa en consecuencia, o confirma que lo del “sujeto de derecho” fue apenas marketing judicial. Si la vida de un caballo y un río convertido en cloaca turística no alcanzan para revisar este despropósito, entonces ya no se trata solo de una fiesta que perdió el rumbo: se trata de una conducción política que perdió el límite.