En la nota de Vía Paraná, Santiago Halle se presenta como un joven funcionario reflexivo, lector de filosofía, amante de Sabina y de la política “con vocación de servicio”. Todo muy prolijo, muy limpio, muy de manual. Pero detrás del relato amable hay otra historia: la de una madre intendenta preparando, sin disimulo, a su hijo para ocupar el centro de la escena en un peronismo en retirada.
Santiago no es un funcionario más: es hijo de Rosario Romero y de José Carlos Halle, dos nombres pesados de la política local. Secretario de Gobierno(con aspiraciones de Jefe de Gabinete), cargo clave en cualquier municipio, aparece envuelto en un reportaje de autoayuda institucional donde repite que sus padres lo educaron “con el ejemplo” y sin prejuicios. El problema no es lo que dice, sino lo que omite: en Paraná, el “ejemplo” de la dirigencia ha sido el de la casta enquistada en el Estado, rotando cargos mientras la ciudad se hunde entre pobreza, transporte colapsado y servicios cada vez peores.
El reportaje funciona como una puesta en escena: humanizar a la criatura, mostrarlo sensible, lector, humilde, casi como si hubiera llegado a la Secretaría de Gobierno por concurso público y no por su apellido. No se habla de la crisis de representación, de la derrota electoral de Romero, ni del hartazgo ciudadano con las familias políticas que se pasan la lapicera de generación en generación. Se habla de “valores”, “ejemplo” y “humildad”, justamente lo que menos se ve en la práctica cotidiana del poder.
Mientras gran parte del peronismo entrerriano discute cómo sobrevivir al derrumbe, Romero consolida su pequeño principado familiar: ella en la intendencia, él en la Secretaría de Gobierno, y un peronismo oficial mirando para otro lado, como si fuera normal que el recambio se limite a cambiar de generación, pero no de apellido ni de método. No es renovación: es herencia. No es militancia que escala: es linaje que se acomoda.
Que Santiago Halle reivindique la lectura, la actualización permanente y la preocupación por lo social no tiene nada de malo. Lo que sí es discutible –y ahí está el punto– es que esa sensibilidad siempre termine aterrizando en un cargo de poder, bien remunerado, protegido, con apellido de respaldo, mientras miles de pibes formados en la educación pública, sin padres intendentes ni ex intendentes, nunca pasan de un contrato basura o de la puerta cerrada de un despacho.
La entrevista de Vía País no es inocente: es el bautismo mediático del heredero, la foto oficial de la criatura que empieza a caminar sola, pero siempre de la mano del mismo círculo de poder que viene administrando Paraná hace años. Si eso es el “ejemplo” con el que lo educaron, está bien claro cuál es la lección que se quiere transmitir: en esta película, los cargos no se ganan; se heredan. Y la ciudadanía, una vez más, queda relegada al papel de extra.





















