Durante 32 años, Matilde Adelina Aranda se levantó de noche, ensilló el caballo y cruzó el campo para llegar a la Escuela Nº 109 de Lucas Norte a cocinarles a los gurises. Treinta y dos años de barro, frío y silencio para sostener un comedor escolar rural. Ese es el “mérito” real, el que nunca entra en los organigramas.
Del otro lado está la “meritocracia” entrerriana: hijos de Bahl que cobran sin pisar barro, el hermano de Bahl y el de Stratta siempre prendidos al Estado, Santiago Halle, Claudia Silva y toda una familia judicial que gana varios “caballos” por mes sin madrugar ni ensillar. El mérito ya no es estudiar ni laburar: es tener el apellido correcto.
El mensaje es brutal y sencillo:
- Si sos como Matilde, tu premio es jubilarte con lo justo después de partirte el lomo.
- Si sos pariente del poder, el premio viene primero: cargo, contrato y camioneta.
La grieta verdadera en Entre Ríos no es entre oficialismo y oposición, sino entre los que literalmente montan el caballo para ir a trabajar y los que sólo tienen que montar el apellido para que el Estado los mantenga. Y mientras sigamos aplaudiendo a Matilde a la mañana y firmando nombramientos para los de siempre a la tarde, la palabra “meritocracia” acá no es un proyecto: es una burla.























