Hay fracasos que duelen… y otros que dan vergüenza ajena. El MID, ese sello que alguna vez representó las ideas de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio abuelo, acaba de protagonizar un papelón histórico: 1,67% en la Ciudad de Buenos Aires, quedando incluso debajo de Alejandro Kim, el candidato de Guillermo Moreno.
No hablamos de una agrupación sin recursos ni visibilidad. Hablamos del partido que el actual gobernador de Entre Ríos, Rogelio Frigerio, y su ministro político, Manuel Troncoso, decidieron resucitar y empujar desde la estructura en la provincia con funcionarios, fondos y marketing. Lo impulsan como el desarrollismo del siglo XXI, pero ni siquiera lograron entrar al debate.
El “hermano mayor”, como algunos llamaban al MID porteño, jugaba de local… y ni así pasó el piso. Ni una banca, ni una mención, ni un escándalo: apenas un número marginal y una foto olvidada.
Y en el banco, Ricardo Caruso Lombardi, técnico improvisado, mirando el cartel del descenso como única postal de campaña.
Troncos armó su experimento capitalino con el mismo esquema que aplica en Entre Ríos: peronistas reciclados sin votos, operadores de escritorio, punteros sin territorio, exfuncionarios que militan por Zoom y viven de los cargos más que de las ideas. Los mismos que alguna vez sacaban el carné del PJ con orgullo hoy simulan ser “neutros” y modernistas, pero no pueden juntar ni una mesa propia.
Mientras Entre Ríos se hunde en deuda, aumentos de tarifas, ajuste brutal a jubilados, estatales y docentes, el oficialismo entrerriano invierte su energía (y nuestra plata) en delirios electorales en CABA.
Porque eso fue: un intento de salto nacional que no llegó ni a trote municipal.
Frigerio quiso reeditar el apellido, pero olvidó que el desarrollismo era un proyecto de país, no una agencia de colocaciones. En vez de ideas, ofreció excusas. En vez de cuadros políticos, armó gabinetes paralelos. Y en vez de sumar, resta.
Lo más honesto que podrían hacer ahora es lo que les pidió la ciudadanía: apagar el micrófono, levantar el decorado y ponerse a gobernar.