En un país donde todo es posible —incluso la justicia—, la jueza Julieta Makintach decidió protagonizar su propia serie documental mientras presidía el juicio por la muerte de Diego Armando Maradona. No es metáfora: lo hizo literalmente. Con cámaras dentro del tribunal, libreto propio y un ego tan grande como el expediente, Makintach convirtió la tragedia del ídolo popular en una plataforma de lanzamiento para su carrera actoral. A falta de justicia poética, justicia cinematográfica.
La noticia, por insólita, indigna. Pero también resulta profundamente reveladora: muestra cómo ciertas zonas del poder judicial se han despegado del compromiso con la ley para dedicarse a producir ficción —a veces con más presupuesto que contenido.
Ahora bien, en Entre Ríos, este tipo de excentricidades resultan casi entrañables en comparación con el mecanismo frío, aceitado y silencioso del sistema local. Aquí no hace falta que una jueza se filme para saber que el show judicial ya está montado hace años: es una tragicomedia sin final, con fiscales que actúan de parte y parte, jueces que no leen los expedientes y denuncias que solo prosperan si se hacen de la puerta para adentro.
Sí, porque en Entre Ríos la justicia no ha dado respuesta en femicidios evitables, ni por hospitales abandonados, ni por las frazadas que nunca llegaron, ni por las rutas cobradas dos veces, ni por los contratos truchos, ni por los seguros direccionados, ni por los empresarios y politicos millonarios, por el obseno desarrollo inmobiliario de parana que desnudo el caso FEREIRA, etc.
Pero ¡ah!, si una se le levanta la voz a un empleado judicial, ahí sí: expediente, sumario, sanción ejemplar por delito equiparable a delito de traicion a la patria.
La estructura judicial está blindada. No entra la verdad, no sale la responsabilidad. Solo circulan oficios entre amigos, convenios entre clanes y ascensos sin rendición de cuentas. Los escándalos de corrupción son tantos que ya no indignan. Lo que sí se castiga es romper las reglas internas del club. Porque si hay algo que la justicia entrerriana no perdona, es el maltrato institucional… siempre que no lo sufra un ciudadano común.
En esta tierra, nadie filma series, pero todos actúan. Se actúa de imparcial, de progresista, de legalista, de género. Se recitan principios, se maquillan omisiones y se guionan fallos al ritmo de la rosca política. Si Makintach hubiese nacido en Entre Ríos, no habría necesitado una cámara: le bastaba con ingresar al sistema y seguir el libreto oficial.
Mientras tanto, los juicios de verdad —los que comprometen al poder, los que podrían modificar estructuras, los que implican funcionarios con firma— esos siguen inéditos. En esta provincia, el expediente más largo no es el de una causa judicial: es el guion que escriben todos los días los que saben que, mientras no se peleen entre ellos, pueden dormir tranquilos.