La renuncia de Almada no fue un hecho aislado: expuso lo que ya era un secreto a voces. El gabinete de Isa Castagnino cruje, la intendenta pierde la mayoría en el Concejo Deliberante y, lejos de asumir el desafío de recomponer la gobernabilidad en una ciudad detonada, elige el atajo de la política partidaria.
En lugar de estar al frente de la gestión, Castagnino se muestra en actos junto a Adán Bahl y Guillermo Michel, dos exponentes de la vieja política entrerriana que simbolizan la continuidad de un modelo agotado.
No se trata solo de un traspié institucional: es un mensaje de abandono. Mientras los vecinos padecen calles destruidas, servicios colapsados y un municipio endeudado hasta el cuello, la intendenta entrega la estructura de Victoria para apuntalar candidaturas que nada tienen que ver con las urgencias locales.
La obscenidad es doble. Por un lado, la crisis política que la deja sin respaldo en el Concejo. Por el otro, su decisión de anteponer las fotos de campaña a la responsabilidad de gobernar 24/7 para los victorienses.
Isa se queda sin gabinete, sin mayoría y sin rumbo. Lo que empezó con una renuncia puede terminar en algo más profundo: la renuncia silenciosa de una sociedad que ya no está dispuesta a acompañar a una intendenta más preocupada por sostener a los de arriba que por dar respuestas a los de abajo.

