El ministro Troncoso insiste en que el gobernador es el “ancho de espadas”, el dirigente con mayor imagen en la provincia. Lo dice como si esa carta sola pudiera tapar la realidad de un gabinete lleno de cuatro de copas: funcionarios sin peso, sin calle, y sin conocimiento del paño que pisan.
Detrás de los discursos de consenso y unidad, lo que se ve es una mesa chica rodeada de vivillos de la administración anterior, peronistas que nunca estuvieron con los que estaban o que terminaron echados por los propios. Son los reciclados de siempre, con la misma lógica de reparto de cajas.
Radicales prendidos a las cajas
Los pocos radicales que quedaron también encontraron su refugio en las cajas. Están prendidos a la obra pública, a la UEP como el caso de Cusinato, o en el Senado como Fuad Sosa, de la mano de Aluani. Todos cajeros, sin votos, sin representación real, pero con un sello para justificar la permanencia.
Nadie junta un voto en la calle. Al contrario, lo que aportan son más problemas, más contradicciones, más roscas de comité que espantan a la sociedad. El recuerdo de Orrico es apenas una muestra de cómo el radicalismo termina siendo furgón de cola de la caja y no alternativa de poder.
El boleto picado
A esto se suma que figuras que parecían intocables ya tienen el boleto picado. El caso de Romero y Halle, que jugaron fuerte con la mesa judicial, terminó en el derrumbe de su propio armado: García, el procurador al que blindaron durante años, hoy está imputado. Y eso golpea de lleno en la línea de continuidad que pretendían vender con la intervención del ex IOSPER.
El espejismo del “ancho”
Más allá del elogio desmedido de Troncoso, el espejismo se derrumba rápido. Porque no alcanza con tener un supuesto “ancho de espadas” si lo que lo rodea son cuatro de copas aferrados a la caja. El pueblo lo sabe: con esa baraja no se gana ninguna partida.