La Caldera

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La unidad del champán tibio: Piaggio, Michel y Bahl en el desfile de los cargos perdidos

Con la sobriedad impostada de una gala institucional y el protocolo como escenografía de fondo, Beto Bahl, Martín Piaggio y Guillermo Michel encabezaron en Gualeguaychú un acto del PJ que no tuvo ni militancia, ni mística, ni votos. Fue una reunión sin pueblo y sin foto con los verdaderos dirigentes del territorio, pero con sillas ocupadas por empresarios —algunos de ellos, dicen en voz baja, demasiado cercanos al oficialismo actual y al propio Pemo—, que se acomodaron entre discursos cuidadosamente recortados para no incomodar a nadie.

Bahl, con su habitual estilo afrancesado, pidió “unidad del campo nacional y popular” como quien recita una frase de etiqueta en un brindis de embajada. Lo hizo sin sonrojarse, a pesar de haber sido el artífice de una estructura familiar donde los cargos no se ganan, se reparten: su esposa, su hijo, sus aliados. Una familia legislativa con beneficios blindados por decreto sentimental.

Michel, por su parte, sigue desplegando su talento para conservar influencias antes que voluntades. Su protagonismo ya no nace del poder político, sino de los vínculos con las cajas que aún sobrevive: AFIP, IAPSER, la Justicia Federal. Su presencia en el acto no fue por convocatoria, sino por cálculo. Habla de construir una alternativa, pero sus gestos lo delatan: busca asegurar ubicaciones, no despertar pasiones.

Y Piaggio, en el rol que mejor le calza, repiquetea tambores simbólicos mientras su gestión municipal se desdibuja con los trascendido de corrupcion tales como el del Garza Cerneaux, que luego Stratta hizi aterrizar en Victoria. Con tono de carnaval apagado, ensaya frases grandilocuentes que ya no encienden ni en las comisiones barriales. En su ciudad se comenta que hasta algunos de sus invitados de lujo preferirían no figurar en la foto. Y razón no les falta.

Lo cierto es que no hubo foto con el movimiento real, ni cánticos, ni banderas. La base —esa palabra que tanto invocan y tan poco pisan— no estuvo. La militancia no fue convocada, y acaso ni siquiera deseada. Solo se vio un auditorio armado con esmero para parecer lo que ya no se es: conducción.

La unidad que estos tres intentan encarnar no es política: es defensiva. No se construye con principios, sino con planillas. No se lanza, se administra. No se canta, se calcula. Es una unidad de transición, de emergencia, de subsistencia.

Y mientras el peronismo real, el que camina, trabaja y espera, sigue sin respuestas ni representación, ellos ensayan una puesta en escena que no emociona, no convoca y no transforma. Porque cuando todo se reduce a preservar lo propio, ya no hay épica posible. Solo hay acto… y después, silencio.