Rogelio Frigerio acumula críticas puertas adentro y apuesta al marketing puertas afuera. Quedó en una encrucijada: sin fuerza política para condicionar a La Libertad Avanza, cerró su frente electoral a las apuradas, entregando los lugares claves, dejando a todo el radicalismo enojado, el socialismo afuera y, días después, estalló el caso Diego Spagnuolo, que chocó de frente con su discurso de pureza y transparencia.
La agenda de “integridad” no prende. Los pedidos de informes se responden a medias, la Ley de Ética Pública —la clave de cualquier sistema de control— sigue sin sancionarse y lo poco que sale son normas menores, dudosas o impracticables, útiles para hacer reels, no para cambiar prácticas.
La construcción política también falló. Manuel Troncoso fue presentado como el gran armador, el “nuevo Chueco” Mazzón. Quedó en apodo: no sumó peronistas a las listas propias ni ordenó la interna ajena. Mientras tanto, Rosario Romero hizo su juego en el PJ y el tablero terminó sirviendo dos candidaturas a Adán Bahl y Guillermo Michel. Cuando el oficialismo no construye, otros construyen sobre él.
Hoy el contraste es evidente: mucha placa, mucho slogan y poca gestión concreta en hospitales, escuelas, seguridad y obra pública. Se gobierna para la cámara, no para la gente.
El gobernador tiene que elegir: o gobierna hacia adentro —reglas claras, controles que funcionen, respuestas a los órganos de control y Ley de Ética Pública ya—, o seguirá gobernando para la foto, mientras la política real la escriben otros.
Entre Ríos no necesita más videos; necesita decisiones. La transparencia no se declama: se firma, se publica, se cumple y se controla.